En efecto si por toda suerte de personas deja sentir las desastrosas consecuencias de la sangrienta lucha que está enrojeciendo los campos europeos; el sumo pontífice las siente en mayor magnitud, viéndose obligado, como padre amoroso, a acudir en auxilio de los que sufren, no solo en la considerable proporción como antes de la guerra, sino en forma imponderablemente superior, a una innumerable multitud de hijos suyos, que de todas las regiones levantan sus manos suplicantes al padre común de los fieles, hasta muchos de aquellos que en mejores tiempos compartían con él el fruto de sus economías.