Descripción:
En la Cuaresma del año pasado os hablamos de la instrucción religiosa y de su vital importancia para nosotros, los cristianos. Sin ella, ya sabéis, no se puede ni conocer lo que Dios nos ha revelado, ni practicar bien lo que nos manda, ni, por tanto, alcanzar la felicidad eterna para la que hemos sido creados; sin ella es imposible resistir a la corriente de impiedad y corrupción que nos invade por todos lados y amenaza arrastrarnos y perdernos.
¿Cómo desbaratar los sofismas e ineptas acusaciones contra la Religión, que a menudo oímos en las conversaciones o leemos en los libros, revistas y diarios que penetran hasta en nuestras pobres aldeas? ¿Cómo defender la causa de Jesucristo y de su Iglesia? Es preciso estar armados con la ciencia necesaria, en proporción a la condición de cada uno, y al mismo tiempo acudir a la oración para implorar el auxilio divino, que nos afirmará en la fe y hará que a ella correspondan nuestras obras.
La instrucción religiosa, os decíamos, debe comenzar en el seno de la familia desde los primeros años del niño; y por esto insistimos tanto en que los mismos padres y madres, cumpliendo con su más sagrado deber, enseñen a sus hijos las principales oraciones y los elementos de la doctrina cristiana.