Descripción:
Antes que termine este santo tiempo de la Cuaresma, estos días que la Iglesia llama de salvación dies salutis y resucitemos todos con Cristo, de cuyo cuerpo místico somos miembros, deseamos dirigiros la palabra, como vuestro Pastor, para que se fijen muy adentro en vuestra mente y corazón ciertos ideas y sentimientos, que han de ser el norte de vuestra vida cristiana.
¡Qué tiempos tan calamitosos los que estamos atravesando! Durante los últimos meses, no parece sino que un torrente de iniquidades, escándalos y desgracias se ha precipitado sobre nuestra desventurada Patria, acumulando ruinas, ocasionando millares de víctimas y moles sin cuento, que la tienen desangrada, casi exánime.
Así como en los desastres del mundo material, tras algún tremendo terremoto o la espantable erupción de alguno de nuestros volcanes, la atmósfera se nubla e impide la clara visión de las cosas; así también, en el orden moral, los trastornos sociales, los crímenes públicos y sus fatales consecuencias dejan, a menudo, oscurecida y ofuscada por algún tiempo la conciencia, que es la vista del alma.
Y no hay peligro mayor que esta ceguera, supuesto que, según la enseñanza de nuestro Divino Salvador en el Evangelio, nuestros ojos son como la lámpara de nuestro cuerpo: si están brillantes y transparentes, todo el cuerpo se halla dentro de la luz; mas si se dañan, cae en la oscuridad. “Mira, pues concluye Nuestro Señor que la luz que está en ti no se vuelva tinieblas” (Pone ergo, ne lumen quod in te est, tenebrae sint).
Limpiemos, por lo tanto, los ojos de nuestra alma, que son la conciencia, para que nunca jamás confunda el bien y el mal, el vicio y la virtud, el hecho y el derecho, lo que es de Dios y lo que es del hombre; para que reconozca siempre la senda trazada por la Ley moral, esta divina palabra que es luz de nuestros caminos en este valle del destierro por donde hemos de ir al cielo: Lucerna pedibus meis verbum tuum, et lumen semitis meis.