Descripción:
En el presente año de 1913, conmueve al orbe católico, de un océano al otro y de un polo al otro, el recuerdo gozoso de que, hace dieciséis siglos, la Iglesia, hasta entonces perseguida y oprimida por los poderes de la tierra, oculta largo tiempo en las sombras de las catacumbas o retirada a los desiertos, aparecía al fin ante el universo como Esposa del Salvador Divino: joven, hermosa, pura y sin mancilla, revestida con la púrpura de sus innumerables mártires, engalanada con las ricas joyas de virtudes de sus pontífices, sacerdotes, confesores y vírgenes.
Recobraba entonces la Iglesia aquella libertad y paz a que tenía derecho desde el principio, cual mensajera segura de ambas; y al mundo atónito y subyugado por su celestial belleza, se la presentaba un gran Emperador, escogido por Dios para poner término a las violencias del paganismo e iniciar las nuevas edades de la civilización cristiana, única verdadera y capaz de labrar la felicidad de los hombres.