Descripción:
La empresa gloriosa de la Iglesia de Jesucristo desde su nacimiento hasta la consumación de los siglos es la de establecer o restaurar los derechos de Dios y, consecuentemente, los de la sociedad y del individuo. A ello se han esforzado, con aliento sobrehumano, los Apóstoles, haciendo resonar su voz por todos los confines del mundo; los Mártires, lavando sus vestiduras con su propia sangre; los Pontífices, cual faros luminosos colocados en el monte santo del Señor, alumbrando lo más recóndito de la tierra y lo más oscuro del entendimiento humano, hasta poner en claro que Dios es el Soberano de cuanto existe, que bajo su égida están las sociedades y los individuos a la manera que los polluelos bajo las alas de su madre; y que la autoridad, por venir de lo alto, merece respeto y obediencia, sin que por esto se menoscabe la libertad, por cuanto no se trata de la sujeción del hombre al hombre, sino de la criatura al Creador.