Descripción:
Inclinada sobre su bastidor, donde en finísima tela bordaba peregrinas labores, Blanca Rosa, en la modesta habitación de una casa de La Loma, suspiraba de cuando en cuando, y dejaba aparecer en su semblante una vaga inquietud. Picaduras sangrientas de las que hacía con la aguja, experimentaban también en el corazón, y se estremecía dolorosa y tristemente, ocultando su ansiedad.
El silencio del pesar es a veces un verdadero martirio. Blanca Rosa retiró el bastidor, e introduciendo en la rosa de color de seda la reluciente aguja, que quedó suspendida como en la mente una tenaz idea, dijo a Margarita, su buena madre. Descansaré, si es gustar y porque así, encerrada en largas horas, parece alma que traba el viento. El cuello, rendido de tanto dolor, me duele, y hasta parece que me humilla esta actitud tan forzada y constante. Con razón he oído decir que agobia el trabajo.