Descripción:
Las culturas premodernas más diversas distinguían lo masculino de lo femenino dentro de un amplio rango de distinciones secundarias: yang/ying, alma/cuerpo, espíritu/materia, orden sagrado/orden profano. Pero esas distinciones aparecían como "matices" dentro de un espectro relativamente continuo y fluido: un hilo, un péndulo hacía pasar los cuerpos por zonas de intensidad "masculina", 'femenina", "andrógina". Antes que la ciencia sexual, la "alquimia" de un continuum sexo-género. Allí, el humano es uno, andrógino sin forma que se va diferenciando sexualmente por accidente. Pero a partir del siglo XVIII el hilo se corta. Aquí las distinciones pasan por el filtro de la diferencia metafísica: el humano es doble, sexualmente hablando. El discurso de la Modernidad destaca desde el origen dos naturas, una masculina y otra femenina y establece pocos puntos de contacto entre ambas. A partir del siglo XVIII, disyunción sexual excluyente, "ser esto o aquello". El andrógino -aquella zona intermitente de lo indiferenciado y confuso- se empieza a concebir como antinatural, patológico. La diferencia "ha de ser tajante", sostuvo el historiador chileno, Vial Correa, con respecto a los sexos en una polémica sobre el género sostenida a raíz de documentos preparatorios para la IV Conferencia en Beijing. Los límites "difusos" parecen amenazantes. Tal vez por ello, las transgresiones a este ordenamiento metafísico de las diferencias emergen como "retornos de lo reprimido".