Los archivos tanto de Humboldt como del ‘Humboldtismo’ proyectan sobre el campo de los estudios de la Ilustración a la vez una luz cegadora y una larga sombra. El fenómeno se asemeja a la experiencia de estar en la cumbre de Chimborazo en un espléndido amanecer. Vista desde la cima, la madrugada de luz y sombra es sublime en un sentido noble. Pero desde cualquier otro punto de la escalada, la madrugada trae la noticia amarga de que it is too late, que ya no es posible llegar. Las nieves se derriten, abren grietas y hay peligro de avalancha. Ni hablar de soroche. Lo sublime se derrita en lo abismal, en el terror. Mejor bajar. El cuerpo y mente de Humboldt recibió esa noticia amarga y terrorífica en las faldas del Chimborazo. Luego de bajar escribió que fue justo allí y en ese momento crítico –el cual es el punto clave en el relato heroico de Wulf en su biografía bestseller— que tuvo un flash sublime que iba a cambiar al mundo. Como afirma Juan Pimentel, Chimborazo siempre jugó un papel principal en el self-fashioning o auto-invención de Humboldt como genio.