Descripción:
Dios Nuestro Señor, creando al hombre y colocándole muy poco inferior a los ángeles, le dotó de inteligencia y de voluntad libre, nobles facultades que son como el reflejo de la Divinidad, y por las cuales, con verdad dice la Sagrada Escritura, fuimos formados a imagen y semejanza suya; con la diferencia que media entre lo finito y lo infinito, y que, mientras en Dios entender y querer son un mismo acto soberano y perfectísimo, en nosotros el acto de la voluntad debe ir siempre precedido por el de la inteligencia, y nada podemos querer ni obrar humanamente sino en cuanto lo hayamos antes entendido.
Tal es nuestra naturaleza, y Dios mismo generalmente se conforma con ella, aun para elevarnos al orden sobrenatural, santificarnos y unirnos consigo en la gloria. Nada nos exige ni pide sino después de haber iluminado nuestra mente, para que a Él le conozcamos y sepamos cuál es su santa voluntad, a fin de sujetar a ella la nuestra.
Por lo demás, escrito está: Diliges Dominum Deum tuum ex toto corde tuo, et ex tota mente tua (cf. Mt). Al Señor nuestro Dios hemos de servir y amar con toda nuestra mente y con todo nuestro corazón; es decir, con las dos principales facultades de nuestra alma: primero, conociendo, y después, amando, según nuestra propia naturaleza.