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Basta dijo, retirando la botella de los labios; era tener fuerzas suficientes para llegar a Quito antes del anochecer.
¿Os ayudaré a montar, señor? preguntó, respondiendo aquel que había guardado la botella en uno de los bolsillos de su modesto traje, por el cual bien se notaba que era un simple paje del caballero, que, recatado y medio hundido en una enorme capa negra, contemplaba melancólicamente la llanura de Iñaquito, a los últimos rayos de un sol de agosto, las modestas casas que, como una bandada de palomas silvestres, se alzaban a la entrada de la Ciudad de los Hoyos.