Enternecido el corazón y henchidos los ojos de lágrimas, recogemos los honoríficos laureles, depositados por las Letras, y los ramos de lúgubre ciprés, puestos por el sentimiento, sobre el ataúd en que hicieron el supremo viaje las yertas cenizas de uno de los personajes más conspicuos de la República Ecuatoriana. Fúnebres ideas dispierta toda corona de duelo suspendida en el dintel de una cripta sepulcral; pero nada más melancólico y lúgubre que aquellas tumbas olvidadas, donde no hay una siempreviva que simbolice el recuerdo, ni se nota que el árido polvo de la huesa se haya humedecido alguna vez con el rocío santo del dolor. No, la que ha recibido los restos de un José Rafael Arízaga, no puede ser de las que la indiferencia deja á cargo del olvido; pues hay en este suelo cuencano, que tan entrañablemente amó el difunto, numerosos amigos, que la visiten, y abundante copia de flores conque, sollozando, la cubran.