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Hablar de la relación entre ideología y tecnología no es nuevo. Tiene antecedentes
tan ilustres como el conocido Ciencia y técnica como ideología, de Jürgen Habermas (1984), la Crítica de la Comunicación de Lucien Sfez o La ciudad informacional,
de Manuel Castells (1995). Para nombrar esta ideología, Héctor Schmucler (1996) propone un neologismo, que se aplica específicamente a una devoción profesada con particular fervor en el campo de la comunicación: el “tecnologismo”, un pensamiento en el que la técnica se autoafirma acríticamente y se erige en sentido común, auspiciando un destino humano que se realizaría a través de ella. Desde otra perspectiva, Daniel Cabrera (2011) se refiere a la dimensión imaginaria de las tecnologías como una “ensoñación” tensada entre la promesa anunciada socialmente y la eficacia experimentada individualmente.