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En el periodismo latinoamericano es común el facilismo con que muchos jefes, editores y reporteros asumen sus obligaciones con el público. Sin espacios internos diarios para hacer crítica y autocrítica de su trabajo cotidiano, sin entender la necesidad de encontrar nuevos ángulos y voces a cada noticia, sin plantearse construir y mantener una agenda propia que marque distancias con la competencia y se acerque a la gente, la mayoría de salas de redacción se mantiene en la cómoda pero obsoleta escuela del periodismo declarativo (dijo, añadió, agregó, finalizó) que no cuenta la realidad sino que la filtra (y la distorsiona) a través de los criterios subjetivos de analistas, juristas, constitucionalistas, comentaristas, expertólogos y todólogos. Como dice el periodista español Antoni Piqué, "leyendo los diarios en América Latina, nadie sabe bien qué pasa sino lo que algunos dicen que ocurre. No se advierten los procesos sino instantáneas, momentos inconexos: ruedas de prensa, declaraciones, comunicados. De ahí la excesiva importancia de articulistas, columnistas, comentadores, enterados, opinólogos y otras especies paraperiodísticas en el menú editorial de los medios del continente".