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Debo decir, en primer lugar, que le tengo terror a la literatura llevada al cine. Hablo de literatura, no de best sellers, esa basura pseudoliteraria en la que se especializan ciertas editoriales y algunos fabricantes de libros en los Estados Unidos -que no sus magníficos escritores-, mediante la archisabida receta de las tres S: sangre, sexo y suspenso. Sin embargo, todos sabemos que loscineastas ingleses, rusos, italianos, otros europeos y los japoneses, han llevado alcine algunas de las más grandes obras de la literatura universal, sin desdoro alguno. Sobre todo el teatro shakesperiano, en manos de ingleses y rusos, ha tenido versiones fílmicas inolvidables. Y obras de Moravia, de Thomas Mann, de Kafka, de Cortázar -iCómo olvidar, por ejemplo, Blow Up de Antonioni, basada en uno de sus cuentos!-, han pasado a la pantalla sin agresiones. Pero eso tiene una explicación lógica: directores, guionistas y actores del viejo mundo trabajan en función del arte. O de la Historia del Arte, en el peor de los casos.