La multiplicación de las especializaciones académicas de las ciencias del hombre, informada mediante varias prácticas -entre las cuales no es menor el manejo corrupto de incentivos-, y el dominio casi absoluto de la teología económica en la explicación de cómo funciona el mundo nos han venido privando -de modo acumulativo-, de la capacidad de entender el devenir de ese mundo en el que vivimos. Y es que en la formulación pionera de Fink (1996), el dominio del espacio académico antecede a lo que sucederá después, aguas abajo, hasta llegar a los medios de comunicación (persuasión). Todo ello ha producido un orden moral que nos ha privado hasta de la capacidad de ver la miseria del mundo (Paugam et al., 2017) y, fuera de los episodios bien empaquetados que apalancan sobre la empatía para producir consenso (Macleod, 2019), de hacer de la compasión una virtud con eficacia política. La ignorancia estratégica (McGoey, 2019), de algunos ha acabado por producir ignorancia genuina de muchos.