A finales del siglo XIX la “generación decapitada” o grupo de escritores del Romanticismo, antecesora de la generación costumbrista, aceleró la transformación en las narraciones que buscaban salir del marco de la construcción de la identidad nacional, siendo esta el ocaso del liberalismo, y del buen ver en las esferas acaudaladas e intelectuales en el puerto de Guayaquil. Los escritores sobresalientes de este periodo traían a cuestas la pesadez de la nostalgia que la nueva clase que ascendía les impuso con la transformación del mundo que conocían, por lo que tomaron el rumbo literario y político con textos pasionales, llenos de caos, con cierto grado de crítica hacia la política; le dieron un tono agresivo y transgresor a declaraciones, sonetos y narraciones en comparación con los escritores de décadas pasadas que escribían textos apegados a las costumbres y tradiciones de la época.