Mi interés en el sonido nunca fue musical y sin embargo era de la música, o desde el arte contemporáneo, desde dónde yo estaba situando mi práctica, la grabación de campo y el paisaje sonoro, en una especie de ecología acústica en la que documento intervenciones sonoras en el espacio para luego amplificarlas en otro, usando la tecnología electromagnética que me está disponible: micrófonos, parlantes, y métodos de registro. Soy un artista que usa el ruido, lo he estado usando por años, y sé el poder que tiene la amplificación y el control de ese ruido en todos los espacios en los que lo he proyectado. Este interés de investigación desde mi práctica artística le he expandido ahora con esta discusión antropológica sobre el ruido, en la que trato de poner en contexto el nacimiento del ruido mismo, pero en un interés de apartarme del campo autoral moderno de la música y del arte, y coherente con mi papel de investigador social, no sólo que no investigo el trabajo de los artistas dedicados al ruido en la ciudad de Quito, abundantes, sino que trato de buscar el ruido como si pasase de forma natural, en el paisaje; y de los paisajes, he buscado el más silencioso posible, con la expectativa de que en un lugar así los ruidos sonarían más que , por ejemplo, en un lugar muy ruidoso como una intersección entre dos avenidas.