Permitidme, que después de los graves y severos acentos con que la Iglesia militante acompaña la incruenta inmolación de la Hostia Santa por el descanso eterno de sus hijos difuntos, me presente hoy aquí para grabar con mano ya cansada y trémula, un epitafio en la losa del venerado religioso y queridísimo amigo mío en Cristo, el R. P. Mstro. Fr. Víctor Pacífico Robalino. No es mi intento renovar el justísimo dolor que ha causado en toda la sociedad quiteña su ausencia eterna; porque las almas de los justos, como reza un oráculo divino, están en las manos de Dios, y no alcanzan á ellos las desventuras de la segunda muerte: quiero tan solo perpetuar en caracteres indelebles la piadosa memoria de las altas prendas y muy sólidas virtudes de este respetabilísimo varón, para ejemplo y estímulo de sus Hermanos é Hijos en el Señor, para honra del cuerpo religioso á que perteneció, y para rectificación de ese criterio riguroso, por no decir cruel, con que suele á veces juzgarse de la vida religiosa, dando así los mismos fieles asidero á los enemigos declarados de la Iglesia para llevar adelante sus proyectos de proscripción completa de las órdenes monásticas.